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HEINLEIN, Robert Anson

Además de multitud de relatos cortos, en la década de los cincuenta el autor escribió varias novelas para un público juvenil, amenas y ágiles aunque acusen el paso del tiempo: cuando el autor habla de los ordenadores de control de fuego, el lector de hoy sonreirá al leer que, «alimentados en milisegundos con los datos obtenidos por los medidores analógicos, deciden si los torpedos pueden llegar o no al blanco». Sin embargo, siguen siendo un modelo de cómo introducir al lector en un mundo distinto al que conoce, renunciando a explicaciones didácticas e incluyendo breves retazos, a veces sólo frases sueltas. Heinlein fue pionero, dentro de la ciencia-ficción, en usar este modo de hacer con maestría, que combinaba con sus conocimientos de ingeniería, sociología, derecho…, y que salpicaba de comparaciones y comentarios que se adaptan, como un guante a la mano, a la estructura mental de sus lectores: «Tal posibilidad era tan rara como un eclipse doble», o «¿Qué probabilidades tenía en Jubbul el esclavo de un mendigo? El cero elevado a la enésima potencia seguía siendo cero».

Fue también Heinlein quien empleó por vez primera el término «ficción especulativa» (sf, igual que science-fiction), para designar el sentido de la ciencia-ficción: colocar a los personajes en escenarios y situaciones distintos a los habituales estimula la reflexión sobre comportamientos y reacciones humanas. En el caso de Ciudadano de la Galaxia, Heinlein habla continuamente de la libertad desde su punto de vista, individualista y competitivo, que otras novelas manifiestan con más agresividad. La novela, muy atractiva en sus primeras fases —el mundo romano-galáctico de Jubbul, la vida con los comerciantes en la Sisu y en la nave crucero guardián Hydra—, pierde ritmo durante la vida de Thorby en la tierra. La traducción contiene modismos locales catalanes —«la encontraba a faltar»—, que la deslucen.

Pasados los años, Heinlein escribió novelas donde sostiene la legitimidad de una violencia salvaje cuando ve amenazada la libertad (alguna de sus novelas no fue considerada conveniente para jóvenes en su momento por defender un militarismo agresivo), o predica el amor libre y el uso sin restricciones de las drogas (que hizo de otra de sus novelas una bandera entre los hippies de los sesenta).

Quizá la mejor obra de Heinlein sea Ciudadano de la Galaxia, pero también Estrella doble y Una puerta al verano son entretenidas novelas de aventuras y reúnen muchos elementos típicos del género. La segunda, en especial, deja claro por qué las novelas de ciencia-ficción siempre se quedan desfasadas cuando pasa el tiempo.

Cada átomo tiene su propósito

En Ciudadano de la Galaxia el narrador señala que Baslim enseñó a Thorby «con bofetones y otros alicientes», y cuando se pregunta si no estará forzando las cosas, la respuesta es clara: aquél «era un mundo duro. Debía enseñar al joven a vivir en él». El lema de Baslim es que «todo el mundo puede aprender […] con práctica suficiente y bastantes golpes». El mensaje final es de odio profundo a la esclavitud y los esclavistas, y una proclamación de la libertad que no se anuncia fácil: «Te sentirás más suelto pero no siempre más cómodo», dirá el funcionario que realiza el tatuaje que tacha el número de serie de Thorby. En esa dirección, más o menos, las sentencias se suceden en boca de unos y otros personajes: Baslim «sostenía que a un hombre sabio no se lo podía insultar y la mentira no era digna de ser tenida en cuenta»; «cada átomo tiene su propósito», dice el capitán Krausa; o el mismo narrador puede intervenir para señalar cómo, en su papel de hombre de negocios, Thorby «estaba apresado en el antiguo dilema del hombre con valores no integrados, que come carne pero preferiría que algún otro hiciera la matanza».

Otro libro: Los Stone [1].