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COLLODI, Carlo

La transformación de un hombre en un animal o un objeto que, a continuación, realiza un viaje iniciático, es un recurso clásico para significar el paso de una situación a otra, o para representar, con la mutación física, la moral. Pinocho es un relato modelo de esta clase, que ha recibido muy diversas interpretaciones (cuento didáctico, viaje educativo, de aceptación gradual de deberes y responsabilidades y del propio destino) lo que prueba su riqueza de significado y, por tanto, su universalidad y actualidad constante. Lo cierto es que tiene mucho de fábula, no sólo en sus mensajes morales —amor a y de los padres, rechazo de la mentira y de la holgazanería, etc.—, sino también en sus descripciones irónicas de sucesos y de criaturas fantásticas con sentimientos reales.

Su estilo espontáneo y suelto contrasta con la realidad de su escritura y su edición: Collodi escribió Pinocho con prisas y sin convicción, despreocupado de pulir el lenguaje y urgido numerosas veces por su editor para que continuase la narración, que fue publicada por entregas en una revista para niños. Las interrupciones en su trabajo y las exigencias del cierre de cada número son las causantes de algunas incoherencias y de que su estructura global se resienta. Pero sin embargo, Collodi, que antes había escrito lecturas escolares, logra con Pinocho un relato fresco y divertido de acción rápida, multitud de incidentes y personajes pintorescos que mantienen jugosos diálogos.

Otro relato del autor, posterior a Pinocho y de argumento parecido es Las aventuras del mono Pipí [1].

El vicio más feo que pueda tener un niño

Pinocho es caprichoso, quejica, desagradecido…, aunque ciertamente sólo recibe advertencias amenazadoras acerca de las malas consecuencias que tendrá su conducta. Él no se las cree: «Verdaderamente, los chicos somos unos pobres desgraciados. Todos nos chillan, todos nos reprochan, todos nos dan consejos. Si los dejáramos, a todos se les metería en la cabeza ser nuestros padres y nuestros maestros; a todos, incluso a los Grillos parlantes». Pero va recibiendo lecciones y, así, el Hada le hace crecer la nariz para «darle una severa lección y para que se corrigiera del feo vicio de decir mentiras, el vicio más feo que pueda tener un chico». Cuando ya decide ir a la escuela y reformarse, Torcida, el más perezoso y travieso de toda la clase le persuade de que le acompañe al País de los Juguetes: «Allí no hay escuelas, no hay maestros, no hay libros. En ese bendito país no se estudia nunca. El jueves no hay escuela; y cada semana tiene seis jueves y un domingo. Piensa que las vacaciones de otoño empiezan el primero de enero y terminan el último día de diciembre». Pinocho accede y se lo pasa bien hasta que atrapa «la fiebre del burro», cuyo peor y más humillante momento llega cuando siente que le sale rabo. En fin, como Pinocho tiene buen corazón, el Hada le perdonará sus pillerías y le hará notar que «los chicos que asisten amorosamente a sus padres en sus miserias y en sus enfermedades merecen siempre alabanza y afecto grandes, aunque no se les pueda citar como modelo de obediencia y buena conducta. Ten juicio en adelante y serás feliz».

Más información

Vale la pena leer, en El cuento de mi vida [2], las observaciones que hace Roberto INNOCENTI [3] a propósito de su trabajo para ilustrar Las aventuras de Pinocho: las que indico en el enlace previo y las que comento en Tiempo y esfuerzo [4].