Después del rechazo editorial que sufrió su primer libro, Virginia Lee Burton tomó como criterio de valoración de su trabajo las opiniones de sus hijos y de sus amigos. Opinaba que a los niños hay que darles lo que quieren y necesitan y eso significa, por una parte, un trabajo de calidad pero, por otra, historias claras con ritmo, humor e imaginación. Empezaba su trabajo siempre por los dibujos y no escribía el texto hasta tener preparadas todas las ilustraciones: intentaba que todo lo contaran las imágenes aunque luego los textos con que las acompañaba fueran a veces redundantes con ellas.
El resultado son historias de una espontaneidad llamativa, como demuestran los dos álbumes citados. En ellos se refleja la capacidad de la ilustradora para reflejar ambientes, para dar a sus imágenes un gran movimiento, para comunicar rasgos humanos a objetos, máquinas o casas en este caso. Los dos también ejemplifican bien el sentido del diseño de su autora, su concepción de la doble página como un todo que hace que hasta los perfiles del texto tengan formas que acompañan lo que se narra: el movimiento de la excavadora, las líneas que siguen los caminos… Muestran también su afición a los temas nostálgicos y a su atracción por una vida sencilla: quizá sea The Little House el primer álbum que refleja el contraste entre el desarrollo urbano y el paisaje tranquilo del campo, como lo harán después, con una conciencia más crítica, en los setenta Jörg MÜLLER [1]en Die Veränderung der Landschaft [2]y Die Veränderung der Stadt [3], y en los noventa Jeannie BAKER [4] en Window [5].