He actualizado la información en la voz de Paul Auster y he añadido imágenes de las cubiertas de los libros citados de Cynthia Voigt.
He actualizado la información en la voz de Paul Auster y he añadido imágenes de las cubiertas de los libros citados de Cynthia Voigt.
En tierra de hombres, un libro de memorias de Adrienne Miller, tiene dos puntos de interés: uno, que la autora fue editora y pareja un tiempo de un escritor de culto para muchos como fue David Foster Wallace; otro, para los que no conocemos a Foster Wallace, es que fue una de las primeras mujeres editoras literarias de una revista masculina en Estados Unidos —una experiencia profesional que le da mucha munición para sus reivindicaciones feministas: «hasta que empecé a trabajar en revistas de hombres, yo entendía el feminismo solo en abstracto; no entendía por qué las mujeres, de hecho, necesitaban feminismo»—, y conoce muy bien el mundillo literario estadounidense de las últimas décadas. Esto último es lo que a mí me ha interesado más, también por los comentarios tan atinados, frívolamente serios podríamos decir, a veces graciosamente autoirónicos —«soy la reina de soltar tonterías, bien lo sabe Dios»—, que, a propósito de muchas cosas, va dejando caer la autora.
Este comentario a propósito de aprendizaje como editora: habla de su jefe, Granger, y dice que «a partir de la observación de su manera de trabajar fui asimilando por ósmosis las siguientes lecciones: para ser buen editor has de ser curioso y cuestionarte las cosas; ayudas al autor a desarrollar una voz y un tono; dejas espacio al autor para que respire, explore y viva; confías lo bastante en tu escritor como para permitirle que se entregue a sus obsesiones, pero también eres la influencia moderadora y la voz de la razón. Además, debes intentar salvar al escritor de sus propios impulsos. De hecho, esa es la misión más importante de todas para un editor: salvar al escritor de sí mismo. De ese modo, ser editor ha de ser sin duda el empleo más psicológicamente íntimo del mundo».
Este comentario a propósito de las reseñas breves de libros en una revista: «En una reseña tipo cápsula hay tan poco espacio que no se puede hacer mucho más que resumir el libro, lo que, en todo caso, si el libro es mínimamente bueno, es imposible de hacer. (¿Fue Edward Albee quien dijo que si una obra podía describirse en tres líneas, la obra debería tener exactamente esa misma extensión?) Lo triste del caso: nunca llegué a mejorar en ese formato. Sin duda, desearía haber sabido entonces lo que sé ahora: la misión del redactor de reseñas es evaluar el libro por lo que es y determinar hasta qué punto consigue —o no consigue, como puede ser el caso— lo que se propone».
No son pocos los comentarios agudos a propósito de las vanidades literarias:
—«Un amigo lo expresó a la manera de Campo de sueños: «Con los famosos, solo existe una regla: si montas una gala de entrega de premios, vienen». Y una pregunta más: ¿es que no eran ya todos los hombres, siempre, «Hombres del año»?».
—«Obviedad: nada destruye más la magia de la creación literaria que una feria de libros. Allí te recordaban que los libros eran un producto como otro cualquiera: latas de sardinas, mirlitones, escobillas de váter».
—Ya cuando comenzaba, dice Miller, «a mí me parecía (…) peligroso que un escritor llegara a verse a sí mismo como un grande; la preocupación del escritor debería ser siempre llegar a la verdad, y ¿cómo vas a llegar a la verdad de la historia si tú eres la historia, y no quien se encuentra frente a ella?»
Adrienne Miller. En tierra de hombres (In the Land of Men, 2020). Barcelona: Península, 2021; 416 pp.; trad. de Juanjo Estrella; ISBN: 978-8499429731. [Vista del libro en amazon.es]
Se ha publicado una nueva edición ilustrada de Adiós, señor Chips, una novela de hace casi un siglo de James Hilton, cuyo argumento muchos recuerdan por sus versiones en cine y televisión, que tiene algo de alegato contra la mercantilización de la enseñanza, y que basa su tirón en que presenta de modo muy emotivo la huella imborrable que deja un buen profesor.
Comienza cuando el señor Chipping, o Chips, profesor jubilado de griego y latín en la escuela de secundaria Brookfield, rememora episodios de su pasado. Sabremos que nació en 1848, que llegó al colegio en 1870 y siempre se sintió a gusto allí, que a los cincuenta era el decano, a los sesenta el profesor más representativo y el depositario de todas sus tradiciones, y que, en 1913, con sesenta y cinco, se retiró a vivir a una casa vecina llevada por una antigua gobernanta del colegio. En capítulos cortos irán sucediéndose algunos episodios de su vida, incluidos su feliz pero breve matrimonio, un tenso enfrentamiento con un joven director con deseos modernizadores, anécdotas de la vida colegial, y una etapa final inesperada.
Los capítulos son breves y el tono es siempre afectuoso. Están bien hilados los momentos del presente, con las evocaciones del pasado, con las consideraciones del narrador para explicar la evolución de Chips, desde ser un hombre solitario, que no despertaba gran simpatía, hasta llegar a ser una especie de leyenda viva. El protagonista resulta cercano al lector también porque su atractivo no se basa en que tenga grandes cualidades intelectuales o un espíritu pedagógico especialmente moderno, sino en que cumple siempre sus obligaciones con serenidad afable y exigencia bondadosa.
James Hilton. Adiós, señor Chips (Goodbye, Mr. Chips, 1934). Andorra: Trotalibros, 2021; 114 pp.; trad. de Concha Cardeñoso; ilust. de Jordi Vila Delclós; ISBN: 978-9992076064. [Vista del libro en amazon.es]