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22 – Relatos para lectores de unos diecisiete años.

RELATOS PARA LECTORES DE UNOS DIECISIETE AÑOS

1811 y 1813. Juicio y sentimiento y Orgullo y prejuicio, Jane Austen [1]. Novelas centradas en el mundo interior de las heroínas. En la primera contrasta las distintas actitudes en sus enamoramientos de las hermanas Dashwood, la sensata Elinor y la vehemente Marianne. En la segunda fija su atención sobre todo en Elizabeth Bennett, la segunda y la más prudente de cinco hermanas. Todas las novelas de Austen tienen unas características argumentales y unos rasgos estilísticos semejantes. Estas dos, tal vez las más populares, dejan claro su talento narrativo, su excepcional sutileza y su penetración psicológica fuera de lo común.

1827. Los novios, Alessandro Manzoni [2]. Novela de amor juvenil que es como un gran tapiz realista sobre las duras condiciones de vida de mucha gente sencilla, en la Lombardía del siglo XVII. Sus protagonistas, Renzo y Lucía, un tejedor y una campesina, logran que su amor triunfe después de numerosos incidentes. Manzoni hace un canto a la fortaleza del amor de sus héroes, sostenido en medio de las dificultades por la fe que garantiza la esperanza de los dos, por la bondad inalterable de Lucía y por la madurez humana que Renzo adquiere progresivamente. El transcurso de la historia, parece decir Manzoni, está en sus manos y no sólo en las de los poderosos. Son extraordinariamente intensas las páginas que narran la peste y sus efectos.

1853. Casa desolada, Charles Dickens [3]. Novela con una gran carga de crítica social y política. Esther Summerson, una bondadosa y capaz joven de orígenes misteriosos y un narrador externo se alternan en los sucesivos capítulos de una historia con multitud de personajes. Las vidas de todos están condicionadas por una herencia cuya resolución en los tribunales se alarga muchísimo. Además, en el último tramo aparece, por primera vez, un inspector de Scotland Yard que investiga quién cometió un asesinato.

1859. Historia de dos ciudades, Charles Dickens [3]. Relato sobre la revolución francesa, más lineal que otros del autor. En 1775 el enviado de un banco inglés se trae, desde París, al doctor Manette, un hombre que ha estado en prisión casi veinte años. Cuando ya se ha recuperado y su hija se ha casado con un joven de origen francés, todos deben acabar volviendo a París en el momento en el que la revolución está en su punto más alto. Novela intensa con un héroe final inesperado.

1866. Crimen y castigo, Fiódor Dostoievski [4]. La novela más leída del autor. Con frecuencia entra en las colecciones juveniles debido a sus ingredientes: un protagonista joven con planteamientos revolucionarios y un mundo interior muy enrarecido, una cierta intriga policiaca, y una chica desgraciada y admirable. El autor ruso cambió los cánones del género: no se trata de averiguar quién cometió el crimen sino su mundo de justificaciones y cómo será descubierto.

1927. La muerte llama al arzobispo, Willa Cather [5]. Novela basada en hechos y personas reales que tiene acentos costumbristas por un lado, y algo de aventura del Oeste por otro. Jean Latour y Joseph Vaillant, dos amigos desde la niñez en Francia, llegan a ser obispos en los Estados Unidos, donde atienden y organizan la diócesis de Santa Fe a mitad del siglo XIX. Como en otras novelas suyas, la escritora ofrece una visión dura pero elogiosa de la colonización del Oeste norteamericano y del temple de los hombres y mujeres que la llevaron a cabo. Es una gran narración en la que se cuentan las cosas sin concesiones sentimentales, ciñéndose a los hechos y subrayando las anécdotas significativas.

1927. Las memorias de Mamá Blanca, Teresa de la Parra [6]. Con todo el aspecto de una obra autobiográfica, pero sin serlo por más que se nutra del pasado de la propia escritora, esta novela es un prodigio de irónico buen humor y de sensibilidad sin rebuscamiento. La novela comienza cuando una mujer anciana, Mamá Blanca, cede a la escritora unos papeles. En ellos, con prosa clara y natural, y con afectuosa ironía, rememora su niñez en una hacienda por medio de escenas de la vida familiar y la vida campesina tal como la observaban la narradora y sus hermanas.

1937. Vinieron como golondrinas, William Maxwell [7]. En una ciudad del Medio Oeste norteamericano, el año 1918, viven James y Elisabeth Morison, y sus hijos, Robert y Bunny, de trece y ocho años, respectivamente. En pocas páginas, con una prosa transparente y atención al detalle, se muestra el papel central de una mujer en su entorno familiar y qué ocurre cuando falta: pues para Bunny su madre lo es todo; para Robert es la única persona que lo ve como un chico normal; para su marido es la razón de su vida. Y la casa donde viven es como un quinto personaje que refleja los sentimientos de sus habitantes.

1946-1957. El vino del estío, Ray Bradbury [8]. Libro cautivador. Hablando de acontecimientos en torno a Douglas Spalding, doce años, y su hermano pequeño Tom en el verano de 1928, Bradbury recoge los momentos exultantes de una infancia feliz, donde los padres comprenden a sus hijos y los vecinos pueden ser peculiares pero, en su mayoría, son gente que podemos llamar normal. Los pequeños Spalding viven con el entusiasmo de quien ve magia en un nuevo par de zapatos, de quien disfruta con tantas cosas que ocurren por primera vez, y de quien aprecia lo bueno de tantas personas por muy singulares que sean.

1948. Llanto por la tierra amada, Alan Paton [9]. Novela que, cuando se publicó, provocó una oleada de simpatía mundial hacia la lucha contra el apartheid en Sudáfrica. Después de recibir una inquietante carta desde Johannesburgo, el reverendo Stephen Kumalo emprende un viaje allí en busca de su hijo Absalom y de su hermana Gertrude. Ya en la ciudad, encontrará situaciones muy dolorosas. El autor intenta huir de todo maniqueísmo y de cualquier simplificación, y procura que brote de modo natural su mensaje: el de la importancia de desarrollar una capacidad mayor tanto para el perdón y para la convivencia como para luchar de modo valiente y pacífico por la igualdad y la libertad para todos.

1952. Helena o el mar del verano, Julián Ayesta [10]. Novela revalorizada con el paso del tiempo. En tres partes se narran la infancia del narrador, su sufrimiento interior durante su vida como interno en un colegio, y su enamoramiento de una chica. Es perfecto el modo en que, gradualmente, el narrador va siendo consciente de la presencia de Helena, a la que ni ve al comienzo, y tiene un final espléndido.

1954. El señor de las moscas, William Golding [11]. Una treintena de chicos ingleses, únicos supervivientes de un accidente aéreo, deben organizar su vida en una pequeña isla sin ayuda de ningún adulto. Cuando llegan las desavenencias y temen a una fiera misteriosa y desconocida, alguno apuntará que quizá la fiera sean ellos mismos. Las descripciones son magníficas y crean un clima como de alucinación y extrañeza. Una de las tesis principales de la novela es, con palabras del autor, que los hombres producen mal como las abejas fabrican miel. Al mismo tiempo, Golding también indica cómo cualquier clase de autosuficiencia es un cimiento muy endeble y cómo, en situaciones críticas, el rescate sólo puede venir de fuera.

1960. Escuela de curanderos, Alvaro Cunqueiro [12]. Galería de personajes que conoció el autor, o inspirados en gente que conoció, que ampliaría con otras colecciones de relatos cortos tituladas Gente de aquí y de allá (1971) y La otra gente (1975) — . Con incursiones en mundos de fantasía, predomina en ellos un humor socarrón. Las historias y el estilo de Cunqueiro — como los de Pere Calders, que cito abajo — , están en el origen de muchas narraciones posteriores, por sus modos de romper las expectativas del lector y sus propósitos de mirar lo cotidiano de otras maneras.

1966. Flores para Algernon, Daniel Keyes [13]. Novela considerada la mejor entre las que tratan del tema del incremento artificial de la inteligencia. Charlie Gordon, un chico discapacitado y bondadoso, es sometido a unas pruebas para desarrollar su inteligencia, cuya eficacia se ha probado ya en Algernon, una rata de laboratorio. El tratamiento tiene éxito y Charlie alcanza en pocos meses una inteligencia cumbre. Pero esto le permite a él mismo descubrir que su nueva condición no es permanente y que sufrirá una caída ya definitiva en su estado anterior. La historia se cuenta mediante los informes de progresos que Charlie mismo escribe o dicta a petición de quienes le tratan. De los primeros, poco hilados y con faltas de ortografía y redacción, a los centrales, brillantes y perfectos, y a los finales, cada vez con más errores.

1967 y 1969. Los elegidos y La promesa, Chaim Potok [14]. Novelas acerca del choque cultural entre las tradiciones del pueblo judío y el pensamiento del siglo XX. Ambas tratan sobre la amistad entre dos chicos a partir del año 1944 en Nueva York: en la primera, uno de ellos se hace médico psicoanalista contra la voluntad de su padre, un rabino asideo muy estricto; en la segunda, el otro, que estudia para rabino, aplica un método interpretativo al Talmud que su maestro no ve bien, y también se da un choque violento entre familias y tradiciones con ocasión del noviazgo del primero. Son novelas pausadas, cargadas de tensión, con unos personajes, cuyos rasgos quedan como esculpidos ante el lector, que se caracterizan porque son honrados al afrontar sus dudas y reflexivos para intentar aclarar los porqués de sus elecciones.

1972. Mi nombre es Asher Lev, Chaim Potok [14]. Novela que trata sobre los mismos temas que Los elegidos y La promesa: dificultades en las relaciones entre padres e hijo, responsabilidad de pertenecer al pueblo judío, confrontación entre tradiciones diferentes… En este caso, el protagonista es un chico que, desde pequeño, muestra unas excepcionales dotes para la pintura, alentadas por su madre y por el rabino de su comunidad, y contra la opinión de su padre. Al final, cuando ya es un artista conocido y pinta un cuadro en el que intenta representar el dolor que siempre ha visto en su madre, una mujer atrapada entre su marido y su hijo, se desencadena un amargo conflicto dentro de su familia y entre los miembros de su sinagoga.

1974. Ángeles asesinos, Michael Shaara [15]. Narración de los tres días de la batalla de Gettysburg, la más sangrienta y decisiva de la Guerra de Secesión norteamericana. No es, ni en la intención del autor ni en la edad de sus protagonistas, un relato juvenil, pero sí es una historia de jóvenes soldados. Novela poderosa y absorbente que intenta exponer, en lo posible, las razones para la guerra, las motivaciones de cada uno para luchar, el dolor de que miembros de la misma familia o amigos de toda la vida estén en bandos separados, la conciencia que algunos tienen de que estaba en juego el destino de la nación, el planteamiento casi místico de la profesión militar de algunos mandos…

1976. La otra gente, Pedro Antonio Urbina [16]. Libro titulado igual que otro, citado más atrás, de Alvaro Cunqueiro. Son diecisiete cortos relatos que siguen un orden cronológico según la edad de sus protagonistas. Cada uno es un momento de aprendizaje que se identifica como tal con el paso del tiempo: una experiencia de la soledad en la naturaleza, otra de la cercanía de la muerte junto con la conciencia de una oportunidad de trato perdida, una de soledad en medio de los adultos, una de conciencia de lo que pasa en el interior de otras familias, etc.

1983. Todo se aprovecha, Pere Calders [17]. Varios relatos cortos, algunos muy breves, anteriores al año en que se recopilan y publican juntos, todos ellos claros e inteligentes. Con un tono coloquial y autoirónico, el autor pone toques de una peculiar fantasía en entornos cotidianos para presentar aspectos de la vida real con una perspectiva diferente a la común o subrayar el absurdo de algunas situaciones de la vida social. Otro libro semejante es Ruleta rusa y otros cuentos (1984).

1985. Me voy con vosotros para siempre, Fred Chappell [18]. Años cuarenta, Carolina del Norte. El narrador, Jess, diez años, cuenta episodios de su vida, varios debidos a que visitan la granja distintos tíos, a cual más singular. El motor de muchos está en el carácter bromista del padre de Jess y de uno de sus empleados. Es una magnífica historia en la que los personajes se presentan al lector por medio de un observador que tiene todavía una ingenuidad entusiasta pero ya con una primera percepción de que los adultos que le rodean no son fiables del todo, y a través de un lenguaje cotidiano pero rico, en el que no hay expresiones ni metáforas gastadas. Además, acaba con un espectacular cierre literario.

1991. El vaso de plata, Antoni Marí [19]. Escenas de infancia y juventud, en la España de los años cincuenta y sesenta. Se cuentan en catorce capítulos, cada uno titulado con una obra de misericordia, primero las corporales y luego las espirituales. La narración es fluida y elegante. El rasgo humano que más destaca en lo que se cuenta es el de la bondad y delicadeza en las relaciones humanas: casi todas las situaciones están centradas en cómo alguna persona toma la iniciativa cuando se da cuenta del sufrimiento interior del narrador.

1992. Todos los hermosos caballos, Cormac Mccarthy [20]. 1949, territorios limítrofes entre EE.UU. y México. John Grady Cole, 19 años, emprende un viaje a México donde, gracias a su dominio de los caballos, es contratado para trabajar en un rancho. El protagonista va ganando un conocimiento mayor de sí mismo y del mundo en el que vive. Narración con frases cortas, diálogos escuetos, y descripciones extraordinarias.

1999. Querido Bruto, José Ramón Ayllón [21]. Mediante supuestas cartas a Bruto, Julio César hace balance y rinde cuentas. Relato reflexivo en donde se presentan (muy favorablemente) los modos en que los romanos entendían el amor, la amistad, la política, etc. En ella son muchas las expresiones afortunadas y las máximas sabias: «El hombre de deseos insaciables es como un tonel agujereado: se pasa la vida intentando llenarse, acarreando agua en un cubo igualmente agujereado».

2003. La fórmula preferida del profesor, Yoko Ogawa [22]. La narradora y su hijo, de diez años, entablan una relación especial con un anciano profesor de matemáticas que, a consecuencia de un accidente, tiene una autonomía de memoria de ochenta minutos. No conocemos los nombres de los protagonistas excepto el apelativo que el profesor de matemáticas pone al niño: Root, raíz cuadrada. Las manías y cualidades del profesor dan pie a que se vayan introduciendo conceptos matemáticos en la narración, algo que se hace con oportunidad, claridad y buen humor.

2003. El curioso incidente del perro a medianoche, Mark Haddon [23]. Christopher Boone, un chico de quince años autista, tiene unas excepcionales dotes para las matemáticas y una increíble retentiva, pero grandes problemas de comunicación y una buena colección de peculiaridades. Escribe un relato cuando, un día, encuentra empalado al perro de una vecina y se propone averiguar quién lo mató, imitando a su admirado Sherlock Holmes. Su narración, que se caracteriza porque Christopher nunca hace incursiones en el mundo interior de los demás, transmite bien tanto su desvalimiento como la patética falta de recursos de quienes intentan ayudarle. Los momentos humorísticos son muchos pero nunca funcionan como una burla de las limitaciones de nadie dada la incapacidad del narrador para el sarcasmo.

2006. Una temporada para silbar, Ivan Doig [24]. A finales de los años 50, Paul Milliron, inspector jefe de enseñanza en Montana, ha de tomar una decisión que le pesa: aprobar la desaparición de las escuelas rurales como aquella a la que asistió él cuando era niño en aldeas como Marias Coulee. En esa situación recuerda el año 1909, cuando él cumplió trece años, y vivía con su padre, viudo, y sus hermanos pequeños. Los incidentes singulares comienzan cuando su padre decide contratar un ama de llaves, Rose, que se presenta en el pueblo con su hermano Morris, un tipo muy singular que acaba siendo contratado como maestro. Novela cuyo atractivo se basa en que la descripción de la vida cotidiana de los Milliron tiene mucho encanto, y en la singularidad y los métodos educativos de Morris, un personaje formidable.